lunes, 26 de noviembre de 2007

LECTURA Nº 19: LA GLOBALIZACIÓN Y LA SOCIEDAD DEL RIESGO
Fragmentos tomados con fines instruccionales de:

Lemkow, L. (2002). Sociología Ambiental. La globalización y la sociedad del riesgo. España. Editorial Icaria. s. a. Pp. 131-146.









El libro de Ulrich Beck, “Risikogesellschaft: Auf dem Weg in eine andere Moderne”, publicado en Alemania en 1986 y traducido al inglés en 1991 (al español en 1998), representó una inflexión para la sociología ambiental y propició una serie de réplicas y elaboraciones teóricas sobre el riesgo, el medio ambiente y la modernidad. Las respuestas más notables y de mayor interés, fueron una serie de libros y artículos del director de la London School Of Economics, Anthony Giddens (1990, 1991,1993), dando lugar a un libro de coautoría titulado “Reflexive Modernizatión: Politics, Tradition and Aesthetics in the Modern social order” (U. Beck, A. Giddens & S. Lash, 1994). A partir de la publicación de la sociedad del riesgo, nos encontramos con una auténtica avalancha de escritos, congresos y simposios sobre el riesgo, la incertidumbre, la condición humana en la nueva modernidad, cambios cuantificables en el deterioro del medio ambiente que, sumados a la globalización de la crisis ecológica, impactaron sobre la percepción pública de los riesgos ambientales y tecnológicos y también sobre los discursos y debates sociológicos.
En la sociedad del riesgo, Beck desarrolla básicamente tres grandes temas:
1 En primer lugar, describe las características e implicaciones que tienen los nuevos riesgos y peligros generados por los procesos de modernización e industrialización, procesos que nos llevan a superar la sociedad industrial clásica y que nos conducen hacia la “sociedad del riesgo”.
2 Analiza después los efectos de una sociedad repleta de una nueva gama de riesgos que provocan una extendida sensación de inseguridad e incertidumbre, que se manifiesta en la “modernización reflexiva”. Este proceso implica, entre otras cosas, la individualización en muchas esferas de la vida cotidiana, incluyendo la vida familiar y el trabajo que a su vez originan crisis de identidad personal.
3 Finalmente, estudia el rol ambiguo de la ciencia y su independencia en la conformación de nuevos espacios y estrategias políticas.
Beck contrasta la naturaleza de los riesgos ambientales, producidos en la sociedad industrial y en la sociedad del riesgo. Las diferencias en la forma y contenido de los riesgos tendrán importantes implicaciones sociológicas y, sobre todo, en el área de la percepción ambiental y respuestas sociales ante la proliferación de estos nuevos riesgos ambientales.
Según Beck, los riesgos de la sociedad industrial tenían un alcance local y un impacto muy directo sobre determinados sectores de una población, ubicada cerca de las fuentes de contaminación industrial. El “smog”, o niebla industrial, podía tener una incidencia brutal; pero, en todo caso, normalmente limitado a la población obrera de las nuevas ciudades industriales. La distribución espacial de los contaminantes estaba estrechamente relacionada con la morfología geográfica/social de las ciudades y, en consecuencia, con la distribución de las desigualdades. Parece que había una relación directa entre circunstancias socioeconómicas y condiciones ambientales de la sociedad industrial. La epidemiología del riesgo en la sociedad industrial tenía como variable central la clase social debido a la clara asociación entre distribución de riesgos y posición socioeconómica.
La contaminación del aire en particular era un fenómeno localizado que afectaba, bajo su forma más aguda, casi exclusivamente las zonas industriales de clase obrera, debido a la proximidad de las fábricas a estos barrios. Resumiendo, dada la distribución geográfica de la contaminación, ésta afectaba sobretodo a la base de la jerarquía social y se convertía así en una manifestación más de la desigualdad social de la industrialización. (L. Lemkow, 1983, p.112).
Haciendo alusión a que “la miseria es jerárquica” Beck afirma que:
La agudización de los contrastes de clase mediante la concentración de riesgos en los pobres y débiles estuvo en vigor durante mucho tiempo… Son en especial las zonas residenciales baratas para grupos de población con ingresos bajos, que se encuentran cerca de los centros de producción industrial las, que están dañadas permanentemente por las diversas sustancias nocivas que hay en el aire, agua y suelo. (U. Beck, 1998, p. 41).
La degradación ambiental de la primera industrialización no era nada democrática, quedando algunas clases sociales (la burguesía, por ejemplo) prácticamente indemnes de sus consecuencias. Efectivamente, la contaminación no implicaba o abarcaba toda la sociedad, que Beck define como “sociedad industrial clásica” y que contrasta radicalmente con la “sociedad del riesgo”. Nuevos contaminantes, como los pesticidas sintéticos (DDT), compuestos orgánicos de los metales pesados (mercurio, plomo, cadmio, etc.), y radiaciones ionizantes se distribuyen y se acumulan de forma más global, afectando a la inmensa mayoría de clases y estamentos sociales (esto no quiere decir que afecta a todos por igual.) En la sociedad de riesgos, se democratiza la distribución de riesgo (al menos en los países más desarrollados). Los riesgos poseen nuevos patrones de distribución y, además, los nuevos contaminantes no son observables a simple vista y necesitan la intervención de técnicas analíticas muy avanzadas para su detección y medición.
Llama la atención que en aquel tiempo, a diferencia de hoy, los peligros atacaban a la nariz o a los ojos, es decir, eran perceptibles mediante los sentidos. Los riesgos (de hoy) causan daños sistemáticos y a menudo irreversibles, suelen permanecer invisibles, se basan en interpretaciones causales, por lo que sólo se establecen en el ser…. Y en el saber pueden ser transformados, ampliados o reducidos, dramatizados o minimizados, por lo que están abiertos en una medida especial a los procesos sociales de definición. (U. Beck, ibíd, p. 28).
Estos cambios cualitativos en la degradación ambiental tenían interpretaciones y consecuencias sociales:
Los nuevos contaminantes ¾ eran invisibles e inodoros ¾ quedaban lejos de los densos malolientes y amarillos “smogs” que producían tos, de las ciudades industriales que quemaban carbón… Eran insidiosos que sus predecesores y, tal vez, más destructivos y peligrosos. Aún más, debido a su tendencia a acumularse y a esparcirse por un ecosistema y a ascender por la cadena alimentaría, podían afectar grupos que antes habían resultado relativamente indemnes de los peores efectos medio ambientales de la industrialización. Estos nuevos grupos, especialmente la clase media, empezaron a sentirse vulnerables, frente a los cambios cualitativos que se estaban produciendo en el medio ambiente. (L. Lemkow, 1984, p. 56).
Los nuevos riesgos tienen entonces implicaciones sociales. También los riesgos están sujetos a una definición social matizada por los conocimientos científicos. Estamos ante uno de los casos más claros de construcción social de procesos de cambio social: la construcción social del riesgo y del medio ambiente, una faceta clave para definir la sociedad del riesgo.
Sin embargo, la característica básica de la sociedad del riesgo, para Beck, es la producción de riesgos ambientales, a través de la lógica de la sobreproducción del capitalismo avanzado. Existe una fuerte tensión entre la producción de “bienes” de consumo y la proliferación de “males” ambientales. En el primer capítulo, titulado “La lógica del reparto de la riqueza y del reparto de los riesgos”, Beck argumenta que, en la sociedad industrial clásica, la producción de problemas ambientales fue ampliamente compensada por las expectativas y, en algunos casos, la realidad, de poder consumir más bienes.
Uno de los elementos definitorio de la sociedad de riesgo es la atribución de riesgos que se definen, a través de conocimientos científicos. Al mismo tiempo, hay que señalar que, si bien los riesgos se definen a base de conocimientos científicos y no a través de la simple observación del ciudadano, es más difícil calcular la incidencia de los nuevos riesgos que además son imprevisibles. A pesar de la sofisticación de la ciencia moderna, existe, en la sociedad de riesgo, una gran incertidumbre. En este mundo inseguro, la proliferación de riesgos ambientales repartidos ampliamente, no está compensada por la capacidad adquisitiva del ciudadano de la nueva modernidad.
De manera dispersa, pero también constante, en el libro de la sociedad “La sociedad del riesgo”, se encuentran referencias al papel de la ciencia y la tecnología en la modernidad. La ciencia no solamente marca nuestras percepciones del medio ambiente sino que, de forma no intencionada, moviliza sectores de la sociedad contra los nuevos riesgos. La ciencia tiene un protagonismo lleno de contradicciones y de ambivalencias en la sociedad industrial pero, de forma mucho más evidente, en la sociedad del riesgo.
La obra trata primero, a las ciencias y tecnologías aplicadas, como a una de las causas principales de los nuevos riesgos. La situación paradójica de la ciencia como instrumento para desvelar la naturaleza y el alcance de los nuevos riesgos de la modernidad es el segundo gran tema que expone. No menos sorprendente (y éste es el tercer punto de su reflexión sobre la ciencia) es el hecho de que la ciencia y, especialmente la tecnología aplicada, pueden proporcionar soluciones para superar problemas puntuales de la crisis ecológica, una actividad que puede, además, generar beneficios para el capitalista moderno. Finalmente, analiza la percepción ambigua que tienen los ciudadanos ante el papel contradictorio de la ciencia. En este marco, la ciencia y la tecnología constituyen una manifestación de la modernización reflexiva: una ciencia cuya práctica es cada vez más autocrítica, multiparadigmática y menos segura de la validez de sus predicciones.
Beck advierte sobre el poder de la opinión experta y la dificultad de definir la naturaleza exacta de los peligros y cuales son concretamente los límites o fronteras de los sistemas de riesgos:
Se trata en todo caso de peligros que precisan de los «órganos perceptivos» de la ciencia (teorías, experimentos, instrumentos de medición) para hacerse «visibles», interpretables como peligros. El paradigma de estos peligros son mutaciones genéticas causadas por la radioactividad, que imperceptibles para los afectados, dejan a éstos por completo (tal como muestra el accidente en el reactor de Harrisburg) a la merced del juicio, de los errores, de las controversias de los expertos… Las afirmaciones sobre peligros nunca son reducibles a meras afirmaciones sobre hechos. Contienen constitutivamente tanto un componente teórico como un componente normativo (U. Beck, 1998, p. 33).
A la hora de hablar de riesgos, Beck no solamente alude a los riesgos medioambientales producto de la interacción entre el modelo económico capitalista y la ciencia/tecnología aplicada (contaminación, capa de ozono, calentamiento atmosférico), sino a nuevos riesgos «biográficos» o personales que también constituyen una nueva dimensión de incertidumbre. Los imperativos económicos dan lugar a efectos no deseados sobre el medio ambiente, en forma de degradación ambiental que, además, representan una amenaza para la supervivencia del sistema. Al mismo tiempo, el crecimiento económico acelerado y los cambios estructurales en el mercado laboral amenazan el bienestar en las esferas sociales e individuales.
En la sociedad de riesgo los marcos culturales y estructurales tales como sociales y conciencia de clase, estructuras familiares, roles de género, etc., se deshacen ante cambios en el Estado de Bienestar, sobre todo en la esfera económico – laboral. Estructuras tradicionales asimiladas colectivamente y psicológicamente como inmutables y «normales» dejan de poseer seguridad y permanencia. Podemos entender la sociedad del riesgo en Europa (incluyendo España) en términos de las nuevas dimensiones de precariedad e incertidumbre introducidos por las transformaciones del «welfare state» y otras áreas afines. No son exclusivamente los grupos tradicionalmente clasificados como «vulnerables» (los pobres, determinadas minorías étnicas, etc.) los que están sometidos a la tranquilidad que supone nuevas y cambiantes políticas sociales, económicas y laborales. Estos cambios tienen una incidencia, sobre las condiciones y calidad de vida, en muchos casos cuantificables, pero también crea, un entorno que estimula una percepción de vulnerabilidad, inseguridad y riesgo.
Las transformaciones más conocidas y más estudiadas son los cambios en el mundo del trabajo. Beck analiza los ejes principales de los cambios en el mercado laboral en Europa occidental, desde los años sesenta (resumiéndolos en siete «tesis»): la aparición y consolidación del paro masivo (especialmente en la juventud) y estructural de larga duración, la pérdida de trabajo a tiempo completo (y, inconsecuencia, el auge de trabajo a tiempo parcial), el aumento del trabajo precario y temporal, la exigencia de mayor flexibilidad laboral, el declive del trabajo permanente con trayectoria para toda la biografía laboral y la transformación de las estructuras. Las relaciones de género en el trabajo han generado nuevas percepciones de pertenencia y de identidad individual. Uno de los resultados es el proceso de «individualización» y la pérdida de conciencia e identidad de clase. Estos hechos, de naturaleza y origen sociopolítico, conducen a «a victim blaming» donde se hace una lectura del desempleado, enfermo y marginado como responsable de su situación personal.
La agudización y la individualización de las desigualdades sociales se entrelazan. Como consecuencia, los problemas del sistema son transformadores y desmontadores políticamente como fracaso personal. En las formas destradicionalizadas de vida surge una nueva inmediatez de individuo y sociedad, la inmediatez de la crisis y de la enfermedad, en el sentido que las crisis sociales aparecen como crisis individuales. (Ibíd.., p. 97)
Los cambios en el mercado laboral ponen en entredicho el valor del trabajo que, a su vez, ha alterado la estructura de clases donde el trabajo ha dejado de tener una función central a la hora de definir la identidad individual y colectiva, desembocando el debilitamiento de las interconexiones sociales y económicas.
Se ha consumado en la modernización del Estado de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial un impulso social de individualización de un alcance y una dinámica desconocidas con anterioridad… los seres humanos fueron desprendidos (en una quiebra de la continuidad histórica) de las condiciones tradicionales y de las referencias de aprovisionamiento de la familia y remitidos a sí mismos y a su destino laboral individual con todos sus riesgos, oportunidades y contradicciones conduce a la puesta de libertad del individuo respecto a los lazos sociales de clase y de las situaciones sexuales de hombres y mujeres (Ibíd.., p. 96)
Merece la pena aquí recuperar la figura de Georg Simmel, teórico de la modernidad de finales de siglo XIX. Señala este autor la importancia de los procesos de individualización y fragmentación social que provoca la vida urbana moderna. En sus muy originales escritos (G. Simmel, 1986) sobre las implicaciones de la urbanización de la sociedad, por un lado, y sobre el desarrollo del dinero y la expansión y globalización de las economías por otro, intenta explicar los procesos de individualización, fragmentación de la vida social y heterogeneidad (división social de trabajo) que se dan en la ciudad moderna.
Ofrece la cuidad cada vez más las condiciones decisivas de la división del trabajo: un círculo que en virtud de su tamaño es capaz de absorber una pluralidad altamente variada de prestaciones… obliga al individuo particular a una especialización de la prestación. Y esto conduce a la individualización. (G. Simmel, 1986, p. 258)
Según Simmel, frente a la pluralidad de prestaciones y a la diversidad de contactos impersonales mediatizados por el dinero, la individualización produce ciudadanos cada vez más alienados.
Los profundos cambios señalados por Beck, que conducen a la individualización, transtornan los patrones biográficos tradicionales sobre los que estaba basada la definición, aceptación y estabilidad de la sociedad industrial. Este hecho es especialmente visible en la conformación de nuevos roles y relaciones de género. Los cambios formales de género, en el marco educativo y jurídico, contrastan con las prácticas concretas en el mundo laboral. Las expectativas de las mujeres, que ya logran unos rendimientos en el sistema educativo que superan a los de los hombres, no tienen una correspondencia a la hora de situarse las mujeres en el mercado laboral y en la jerarquía de la toma de decisión. La resistencia estructural de los hombres y de las organizaciones regidas por ellos frente a esta nueva realidad se hace patente y provoca tensiones nuevas en el seno del trabajo.
Si dichos cambios, en los roles y expectativas de las mujeres en el lugar del trabajo, son muy notables, las tensiones que suponen para las interacciones entre mujeres y hombres en el entorno familiar pueden llegar a ser dramáticas, incluso explosivas. En la sociedad industrial clásica, la organización familiar y reproductiva estaba basada en una marcadísima diferenciación y asignación de género que se plasmaba en una rígida división sexual del trabajo y una separación de las esferas domésticas y del trabajo remunerado. La mujer, encargada de la esfera (privada) de la reproducción (en el hogar) y el hombre del mundo (público) de la producción (la fábrica, empresa, administración) era el modelo inmutable y con una representación ideológica no contestada. La familia nuclear es la representación más clara de las «exigencias» de la sociedad industrial.
La tensión que provoca un creciente «igualitarismo» (rendimiento educativo, homologación formal jurídica) entre mujeres y hombres, y el creciente ingreso de la mujer en el mundo productivo, hace poco sostenible la familia nuclear con su poder patriarcal- el título del libro Lluis Flaquer, “La estrella menguante del padre” (L. Flaquer, 1999) refleja una parte de los procesos de la evolución de la familia y, en especial, del patriarcado.
La posición de la mujer sale reforzada, su participación en la toma de decisiones se incrementa y su poder de negociación se acrecienta. Se abre la posibilidad de la divergencia de intereses entre los cónyuges, quienes al plantear sus reivindicaciones tienen la vista puesta en su propia autorrealización. Como contrapartida, es posible que el nivel de conflicto manifiesto y las tensiones en el interior de la familia se intensifiquen, ya que las posiciones conyugales dejan de ser adscritas y por tanto están sujetas a un proceso de construcción y de ajuste constantes. (Ibíd.., p. 31)
La erosión, incluso disolución, de los roles tradicionalmente adscritos a la mujeres y a los hombres y la profundización de la individualización provoca cada vez más reivindicaciones a favor de relaciones abiertas (negociables constantemente) y sostenibles. Superadas las adjudicaciones tradicionales de papel/rol de género y el corsé ideológico que sostenía la familia nuclear, la incertidumbre de la vida familiar parece aumentar (reflejada en el aumento del divorcio, en el establecimiento y consolidación de las «familias» monoparentales, etc.) en el contexto de un debilitamiento de la capacidad y voluntad ideológica de las administraciones públicas de proporcionar prestaciones sociales y económicas a estas nuevas formas de organización. La falta de soluciones institucionales para estas situaciones, cada vez más frecuentes, pueden potenciar los conflictos privados de relaciones entre mujeres y hombres.
La importancia y relevancia La sociedad del riesgo radica en que señala que la nueva modernización está repleta, no solamente de riesgos ambientales, sino también de riesgos sociales que fomentan individuos e instituciones mas autocríticos. La acumulación en sociedad de ambos tipos de riesgo genera la «modernización reflexiva». Las nuevas percepciones del entorno y de los riesgos sociales que estimulan la autocrítica y la reflexividad, poco a poco impulsarán nuevas exigencias y nuevas formas de acción política:
Ahora se le exige al individuo que sea él quien domine la inseguridad. Pero, a partir de los trastornos e inseguridades sociales y culturales, más pronto que tarde, se originarán nuevas exigencias a las instituciones sociales por lo que a formación, información, salud y política se refiere. (U. Beck, 1998, p. 200).

Encontraremos, según Beck, una sociedad repleta de actores que se contradicen unos a otros en el mismo escenario. Dicho escenario puede ser las instituciones de representación corporativa de las ciencias, los actores, científicos/expertos: unos, alegando el riesgo cero y, otros, insistiendo en riesgos no predecibles de, por ejemplo, una nueva especie de microorganismo genéticamente modificado: el escenario familiar, con los actores, madre-padre-hijo/a disputado y negociado la distribución del trabajo domestico frente a las múltiples obligaciones fuera del “hogar”. La proliferación de tensiones y contradicciones en un amplio espectro de escenario generando así un ambiente de inseguridad e incertidumbre fuerza la articulación de nuevas direcciones para la acción política.
Frente a los cambios dibujados arriba, Beck argumenta que se presentan tres opciones o respuestas políticas para confrontar la generación de riesgos, la destradicionalización de la sociedad y la individualización. Las tres grandes opciones son:
1 Retorno a la sociedad industrial.
2 Democratización del desarrollo técnico y económico.
3 Política diferencial.
De alguna forma, las tres orientaciones reflejan los tres grandes ejes de la política en Alemania. El primero, el retorno a la sociedad industrial, corresponde a la política del Partido Democristiano. Las respuestas socialdemócratas quedan reflejadas en como confrontar los nuevos riesgos desde una perspectiva institucional-política. Finalmente, desde las corrientes ecologistas (movimiento) y del partido verde, la política diferencial implica la articulación de instituciones políticas nuevas y nuevos mecanismos de participación en la gestión de los riesgos.
Las simpatías políticas de Beck son claras y apuestas por la renovación y la implantación de las alternativas participativas. El autor pregunta en la última frase de su libro: ¿Es posible que hoy ya se comiencen aplicar y perfilar, en algunos campos, formas de esa nueva distribución del poder y del trabajo entre política y subpolítica, tras la alta fachada de la vieja sociedad industrial, y paralelamente a los muchos riesgos y peligros existentes? (U. Beck, 1998, p. 289).
Anthony Giddens destaca, como sociólogo teórico desde la publicación, en 1971, de su primer libro “Capitalism and Modern Social Theory” (A. Giddens, 1971). Sus primeras obras están básicamente dedicada a evaluar, interpretar y reflexionar sobre los contenidos metodológicos y teóricos de las obras de los tres grandes clásicos de la sociología: Marx, Durkheim y Weber. Giddens ha dedicado varias obras a la problemática de la modernidad, la destradicionalización de la sociedad, la individualización y proliferación, entre riesgos ambientales y sociales. Todo lo anterior, vinculado a la cuestión de la acción. Efectivamente, Giddens, en el marco de la teoría sociológica y no de la política, tiene una agenda parecida, pero más amplia que Beck. Ambos autores han participado conjuntamente en debates sobre la modernización reflexiva y sus implicaciones. La ubicación política de Giddens es muy conocida y se le considera el teórico de “New Labour” de Tony Blair.
Los libros más relevantes de Giddens, sobre la temática de la modernidad y los riesgos ambientales y socials, son: “The Constitution of Society: Outline of a Theory of Structuration” (1984), “The Consequences of Modernity” (1990), “Modernity and Self-Identify: Self and Society in the Late Modern Age” (1991), “The Transformation of Intimacy” (1993).
Para Giddens, la ciudad metropolis es el elemento definitorio de la modernidad, pues marca alas características estructurales y psicosociales de la sociedad contemporánea y determina nuevas líneas de acción social y política, tanto a nivel colectivo como individual. Es interesante señalar que Giddens reclama, desde hace tiempo, la necesidad de incorporar a la teoría sociológica algunos conceptos elaborados desde la sociología y la geografía urbanas. Dichas subdisciplinas otorgan un peso importante a la variable espacial y de “entorno construido” para describir y explicar los procesos sociales. Si es cierto que la ciudad representa el espacio más alterado y cambiado por la humanidad, también tiene su importancia otro elemento de la modernidad, especialmente en occidente: El hecho de que la inmensa mayoría de espacios no urbanos son entornos “creados” y moldeados por las actividades económicas:
En las zonas industriales del mundo, los seres humanos viven en un entorno creado, no solamente construido de las áreas urbanas. La mayoría de otros países también han vuelto a ser coordinados y controlados por los humanos. (Giddens, 1982, p. 60).
Como muchos otros científicos sociales, Giddens insiste en que la urbanización y los nuevos espacios (cada vez de mayor extensión), ocupados por las ciudades, tienen mucho que ver con la naturaleza de la degradación ambiental. De igual relevancia es el hecho de que la ciudad también incide sobre la disolución de la tradición. Para poder sostener estas tesis, Giddens hace un repaso de la evolución de las ciudades inglesas antes, durante y después de la revolución industrial, iniciada durante la segunda mitad del siglo XVIII. Comparte el autor las premisas expuestas por Beck, en términos de la distribución de riesgos ambientales y su incidencia discriminatoria en la salud pública, afectando sobre todo a la nueva y muy vulnerable clase obrera, especialmente durante las fases iniciales de la industrialización.
Giddens analiza, en profundidad, el impacto de la producción urbana, que crea nuevas externalidades, que incluyen la degradación ambiental. Su análisis concuerda con los trabajos descriptivos y empíricos de muchos historiadores de la industrialización, con su presentación detallada de los problemas de hacinamiento, sanitarios y de higiene, problemas que focalizan la denuncia del capitalismo industrial y la consiguiente deshumanización de la vida cotidiana y del trabajo. La ciudad industrial se densifica, a través de un crecimiento demográfico explosivo. Las familias obreras viven en la sombra metafórica de la fábrica, donde no existen sombras reales, ya que el sol está tapado por la contaminación atmosférica del “smog”. La clase obrera, viviendo en una ciudad radicalmente desplazada de los ecosistemas naturales, pierde contacto y conocimiento de la naturaleza. La acumulación, en la clase obrera, de nuevas agresiones ambientales y de la desconexión con el mundo natural, constituye un nuevo hecho social e implicará una nueva dimensión de alienación de la población obrera y contrasta con la situación de las clases bajas premodernas.
El industrialismo vuelve a ser eje principal de interacción de los seres humanos en las condiciones de modernidad. En la mayoría de culturas premodernas, incluso en las grandes civilizaciones, los humanos, en general, se identificaban a ellos mismos como una continuación de la naturaleza. (Giddens, 1982, p. 60).
Giddens sugiere que los cambios ambientales, impuestos por el “entorno creado” de la urbanización moderna, dan lugar a una crisis de anomia (en el sentido Durkheimiano). Las consecuencias culturales y psicológicas de la disolución de la tradición, que surge de la supresión de un contacto cotidiano con la naturaleza, provocan un vacío y una desorientación psicosocial que podemos homologar con la anomia. Es precisamente, ante la ausencia de una relación satisfactoria con el medio natural, que los nuevos movimientos ecologistas/ambientalistas plantean la restitución de este espacio perdido, puesto que así se recuperan y se articulan nuevos valores e interpretaciones del medio ambiente. El problema y la contradicción que Giddens enfrenta aquí, es que son justamente los grupos sociales (clase media, profesionales liberales) los menos afectados por las peores agresiones de la ciudad modernas que articulan y dominan los nuevos movimientos, que reivindican contundentes políticas de mejoría ambiental para salvar el planeta Tierra, ante la denominada “crisis ecológicas”.
Otra dimensión, que incide sobre la percepción del medio ambiente, es la inseguridad, en su sentido más amplio, de la vida en la modernidad tardía. La inseguridad es producto del perfil de riesgo que engloba riesgos sociales y ambientales. La ubicuidad del riesgo inseguridad en la modernidad se manifiesta como una de las características fundamentales de las sociedades “postradicionales”. El riesgo se asimila como una realidad de la vida cotidiana y se percibe por sectores cada vez más amplios de la sociedad (resultado, entre cosas, de la proliferación de la información sobre las problemáticas ambientales y sociales). La percepción del riesgo se transforma y las personas llegan a desafiar el papel de los expertos e, incluso, el conocimiento científico. Se desarrolla un conocimiento social de las limitaciones de sistemas de expertise, donde se integra la noción de falibilidad de los pronósticos científicos técnicos, en materia de riesgos. La desconfianza de amplios sectores de la población, en relación a la capacidad de las administraciones de controlar, regular y gestionar los riesgos, es otro atributo de la nueva modernidad.
Al igual que Beck, Giddens identifica, como variable de riesgo inseguridad, cambios sociales en las esferas relacionales y de la vida privada; variables que llegan a formar partes de las agendas de nuevos movimientos sociales que reclaman acción e intervención en lo que el autor denomina “life politics”. En el mundo postradicional, debido en gran parte al dominio de la inseguridad de la vida cotidiana, se cuestiona constantemente cómo se tiene que vivir, en un sentido tanto ecológico como social, colectivo o individual. Este cuestionamiento permanente adquiere un aire crítico y autocrítico (“modernización reflexiva”).
Los movimientos aparecen en función de cambios objetivos, pero también por la elaboración de nuevos marcos interpretativos de la realidad socioambiental, que son construidos socialmente. Los nuevos movimientos son instrumentos potenciales de transformación de la sociedad:
Como modos de compromiso acción, que tienen una presencia importante en la vida social moderna, en los movimientos sociales se encuentran orientaciones que son significativas caras a posibles transformaciones futuras. (Giddens, 1990, p. 158).
La globalización de los riesgos y su impacto sobre la percepción ambiental es otro de los grandes temas que Giddens trata de analizar en sus libros sobre las consecuencias de la modernidad. Simplificando mucho el análisis, Giddens afirma que la globalización acentúa la sensación de la inseguridad y ello tiene la forma e implicaciones siguientes:

1. Globalización de riesgo en el sentido de intensidad: por ejemplo, la guerra nuclear puede amenazar la supervivencia de la humanidad.
2. Globalización de riesgo en el sentido de expansión de eventos contingentes, que afectan a todos, o por lo menos un gran número de persona, que viven en el planeta: por ejemplo, cambios en la división global del trabajo.
3. Riesgo que surge del entorno creado, o naturaleza socializada.
4. El desarrollo de entornos de riesgos institucionalizados, que afectan las “life chances” de millones de personas. (A Giddens, 1990, p. 124).
Las dos primeras categorías se refieren al alcance de los riesgos y, las dos últimas, a los cambios de los tipos de sistemas de riesgos. Con esta aparente insistencia de la importancia de las variables ambientales (incluyendo las implicadas en la globalización de los riesgos), tiene que quedar claro que ni Beck ni Giddens dan protagonismo exclusivo a los cambios medio ambientales para explicar el auge del activismo ecologista. Se pueden encontrar numerosos precedentes de sociedades modernas con niveles altos de degradación ambiental, sin la esperada respuesta o movilización social y política (y viceversa). Pueden intervenir otros factores de índole más sociopolítica, cultural o jurídica. Un ejemplo señalada por Wynne (B. Wynne, 1995) es el grado de confianza de la población en su sistema de regulación y control de los problemas ambientales, de la salud pública y del papel de los expertos en la evaluación de riesgo.

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